Regresando a las viejas costumbres


No pude escaparme. Por fin, y después de cinco años, pisé tierra tapatía para visitar a la otra parte de mi raíz, la cual practica un raro pero satisfactorio (para ellos) catolicismo.
En casa de matriarca, es casi imposible salirse con la suya. Mi abuela sigue viendo en mi a la niña de 8 años a quien enseñó a bordar y lavar las pantaletas, a la que mandaba a misa de 7 y al regresar le preguntaba por la penitencia que impuso el Señor Cura.
Volví a pisar la iglesia que vio pasar a mis padres el día de su boda, la que me vio pedirle a algún santo que se cuajara mi amor de vacaciones, la que me ocultó cuando huí de la furia que me esperaba y la que vio pasar la caja con el cascarón de mamá. ¿Cómo decirle a mi abuela que a dios, solo lo pienso cuando debato con mi Querétaro? No me atreví a pensarlo siquiera. Pero con todo y mi tolerante ateísmo me paré tres veces en aquella iglesia, una de ellas, para confesarle a un desconocido que me porto mal y camino descalza, con mi abuela detrás, no podía ni mirar la puerta.
Solo me consuela que el último día, con la encomienda de dejar una limosna y a punto de entrar al templo, mi pie izquierdo (el más rebelde) me invitó un chocomilk.


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