Languidez.

Languidez. Es imposible pronunciar la palabra sin imaginarme esa eterna prolongación... laaaaanguidez.
Recordaba un libro de Haruki Murakami -Sputnik, mi amor- y no dejo de pensar en la languidez. Acabo de terminar por tercera ocasión La insoportable levedad del ser y no dejo de pensar en la languidez, ayer camino al trabajo escuchaba El dolor o la nada de Nacho Vega y no dejo de pensar en la languidez. Ahora escucho Me va la vida en ello de Aute y bueno, qué les puedo decir.

Los personajes de Murakami son lánguidos, todos. Caminan entre sus propias sombras por las calles de Tokyo sin terminar de encontrar lo que tanto buscan, ¿qué tiene lánguido? que lo hacen con la tristeza infinita de quien anticipa su fracaso. Norwegian Wood, una canción de The Beatles, abre el camino de otra historia, la antítesis del amor, otro lánguido.

La insoportable levedad del ser... pinta desde el nombre. La más lánguida, Teresa. El más lánguido, Franz. No aprendemos de Pármenides, no convertimos lo negativo en positivo. Somos la antítesis de nosotros mismos.

Languidez, antítesis.

Entre el dolor o la nada, elegí el dolor
Me va la vida en ello.
Somos lánguidos porque no queda de otra, mentira. Somos lánguidos por no ser capaces de ver más allá.
Somos lánguidos porque nos gusta la autocompasión. Otra mentira
Somos lánguidos porque no podemos andar por la vida solo con luz. Sin sombra no hay luz y sin luz no nos partiríamos la crisma por alcanzar nuestro trocito de felicidad y hoy, hoy me va la vida en ello.

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