Retrato de un desconocido.

Él tenía unos hombros estrechos y su voz era tímida, 
voz de un hombre perdido en el mundo, 
voz de quien fue abandonado por las esperanzas, 
voz que no manda nunca, 
voz que no pregunta, 
voz que no llama,  
voz de obediencia y de respuesta, 
voz de queja, nacida de las amarguras íntimas, 
de los sueños deshechos y de las pobrezas escondidas. 
Hay voces que purifican el ser, 
blandas o ásperas, voces de pasión y de dominio, 
voces de sueño, de maldición y de dulzura. 
Los hombros eran estrechos, 
hombros humildes que no conocen las horas de fuego del 
amor inconfundible.
Hombros de quienes no sabe caminar, 
hombros de quienes no desdeña ni lucha, 
hombros de pobre, de quien se esconde, 
hombros tristes como los cabellos de un niño muerto, 
hombros sin sol, sin fuerza, hombros tímidos, 
de quien teme la carretera y el destino 
de quien no triunfará en la lucha inútil del mundo:
hombros nacidos para el descanso en las tablas de un féretro,  
hombros de quién es siempre un desconocido, 
de quien no tiene casa, ni origen, ni fiestas; 
hombros que oran la condena, 
y de quien ama, en la tristeza, en la sombra de las madrugadas;  
hombros cuya contemplación provoca las últimas lágrimas. 
Sus pies y sus manos acompañaban los hombros  
en un mismo ritmo. 
Manos sin luz, manos que llevan a la boca el alimento  
sin substancia, 
manos acostumbradas a los trabajos indolentes, 
manos sin alegría y sin el martirio del trabajo. 
Manos que nunca acariciaran un niño, 
manos que nunca sembraron, 
manos que no contendrán una flor.
 Pies sin energía y sin dirección, 
pies de indeciso, pies que buscan las sombras y el olvido,  
pies que no juguetearon, pies que no corrieron. 
Sin embargo los ojos eran ojos diferentes. 
No diré, no tendré la delicadeza precisa en la expresión  
para traducir su mirar. 
No sabré decir de la dulzura y de la infancia de aquellos ojos,  
en que había himnos matinales y una inocencia, una tranquilidad,  
un reposo de manos maternas. 
No podré describir aquel mirar,  
en que la poesía estaba durmiendo, 
en que la inocencia se confundía con la santidad. 
No podré decir la música de aquel mirar que me sorprendió un día
que se abrió delante de mí cómo un abrigo, 
y que me traje de repente los días muertos, 
en que me descubrí como antes, 
libre y limpio, como en el principio del mundo, 
envuelto en la suavidad de los primeros balances, 
sintiendo el perfume y el canto de las horas primeras! 
No diré de su mirar! 
No diré de su mirar! 
No diré de su expresión de reposo! 
Aún no sé si era de él ese mirar, 
o si nació de mí en un rápido instante de paz 
y de liberación!  

Poema "Retrato do Desconhecido"de Augusto Frederico Schmidt
Traducción del portugués: su servidora.
Foto de Jason Stitt

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